A Tania le brillaron los ojos,
como obnubilada. Nunca había visto a un tío así ¡Y sólo iba con chicos! No podía haber tenido
tanta suerte. Tenía que ir a hablarle. Sin darle explicaciones a nadie, cruzó a
lo largo de la discoteca con la mirada fija en su objetivo.
Estaba ya cerca, incluso le
escuchó cantar Lean On, que sonaba en ese momento. Entonces, le tocó
tímidamente la espalda, y él se asustó
por ello.
-Eeh… Perdona.
-¿Sí?- contestó él al
girarse. Tenía una sonrisa especialmente
bonita.
-Igual esto te resulta algo
violento, pero te he visto y no sé… He sentido la necesidad de venir aquí a hablarte. Me llamo Tania por
cierto.
Sabía cómo actuar en estas
situaciones. Se lamentaba de no haberse puesto una camiseta con un mayor
escote, aunque los tacones le hacían unas piernas de infarto, y lo sabía; claro
que lo sabía.
-Pues sí, es un poco precipitado
–rio algo nervioso- pero encantado Tania. Me llamo Leo.
Leo… ¡Como Da Vinci, su pintor
favorito! Lo recorrió con la mirada. Llevaba una camisa blanca que acentuaba su
torso y unos vaqueros oscuros que también le favorecían por no ser demasiado
anchos. Tenía unos impactantes ojos azules, y aunque el pelo no se le veía muy
bien por las luces fluorescentes, supuso que era de algún color claro.
-Eh, ¿quieres
una copa?
Aceptó, aunque ya llevaba un buen
número de vasos, por no hacerle un feo. Leo pidió un Gin Tonic para los dos. Tania
lo dejó sin que se diera cuenta, le daba rabia tirar el dinero, pero siendo
sinceros, nunca había probado una cosa tan asquerosa. Además, el chaval no
estaba en condición de percatarse tampoco de mucho, ya habría bebido unos
cuantos cubatas.
-No pienses mal de mí, no me
gusta venir mucho a estos sitios- dijo Leo.
-Ni a mí –mintió. Lo cierto es que
le encantaba bailar.- La gente viene a pillar cacho solo. ¿Estudias?
Notó que le vibraba el móvil y
vio un whattsap de una amiga suya que decía “¿con qué clase de feto estás
hablando?”. Lo ignoró.
-Bueno, es complicado,
actualmente trabajo en una empresa importante, aunque me gustaría
independizarme y estudiar económicas en cuanto la situación me lo permita, ¿y
tú?
-Yo hago filología hispánica en
la Complutense.
Era perfecto, además de guapo
tenía futuro. Eso implicaba que tenía las ideas claras. Y seguro que era
inteligente, por eso no venía a estos sitios. Tania se lo imaginaba pasándose
las tardes leyendo a Cela o a Juan Ramón Jiménez. O mejor, igual tocaba en
alguna banda. La batería, por ejemplo.
-Y dime… ¿Tienes novia?- dijo
mientras guiñaba el ojo pícaramente.
-Tenía. Cortamos hace poco,
queríamos cosas diferentes…
-Vaya. Bueno, pues ya sabes lo
que se dice, ¡un clavo saca a otro clavo!
-¿Qué dices?-contestó él
gritando- No te oigo, ¡mejor vamos fuera!
La música estaba muy alta y es
cierto que no se escuchaba bien. Pero no le hacía falta que se oyera, ya estaba
cantado el final de esta historia. Acabarían en su casa, o en la de él. A la
mañana siguiente no habría desaparecido porque él era un caballero e incluso le
llevaría el desayuno a la cama. Con suerte, hasta continuarían hablando y puede
que acabaran por hacerse novios, seguro que a su madre le encantaría ese chico.
Contoneó sus caderas avanzando por delante de
él hasta la terraza de la discoteca. Sabía que Leo la miraba, siempre la miran. Estaban ya fuera. Él se encendió un
cigarrillo. La verdad es que con la luz de la luna, ahora que lo veía bien, no
parecía tan guapísimo como lo había visto antes.
De nuevo, otro mensaje.
“Tía, ¿dónde estás? Nos vamos ya, vente
a la puerta, has bebido y no vamos a dejar que conduzcas”.
-Oye… Sé que acabamos de salir, pero
es que me tengo que ir. Y eso que me gustaría poder quedarme hablando contigo,
creo que eres una persona muy interesante.
-Bueno, no pasa nada. Yo tampoco
creo que esté mucho más. ¿Me das al menos tu Facebook?
-Sí, claro, ¿cómo no lo había
pensado? Apunta…
Intercambiaron los nombres y se
agregaron por el móvil. Le daba rabia tener que irse, porque el chaval era un
partidazo, pero tenía el consuelo de saber que al menos podría contactar con él
más adelante. Se dieron dos besos, y luego él le robó un tímido pico. Se
ofreció a acompañarla, pero por evitar chismes Tania le contestó que no hacía
falta. Y se fue, dejándole solo de nuevo entre toda esa multitud de gente tan
eufórica como desconocida.
Tania avanzó hasta donde estaban
sus amigos esperando para coger un taxi de vuelta a Móstoles, y entre preguntas
y cotilleos, llegaron al piso que compartían. Se tiró a la cama casi vestida
por completo, tan solo se quitó los tacones. Le había subido el cansancio de
golpe, y se durmió entre sueños de príncipes azules y amores imposibles.
La despertó la luz del sol a la
mañana siguiente.
Tenía todo el maquillaje
repartido por la funda de la almohada, que había manchado con el carmín. Le
dolía un poco la cabeza, efecto de la resaca, pero enseguida se acordó de su
Don Juan y abrió el portátil. Allí estaba él, en peticiones. Se metió a
curiosear un poco.
Cuál fue su sorpresa cuando clicó
en la foto de perfil. En efecto, tenía los ojos azules, pero también tenía una nariz
que le ocupaba dos tercios de su cara, y unas marcadas líneas de expresión al
lado de la boca. Se acordó de que ayer no le vio bien el pelo, y ahora entendió el porqué. Simplemente,
porque no tenía, Leo estaba calvo. Y no es que se llamase Leo de Leonardo, como
Da Vinci, no, se llamaba Leopoldo, y el amigo tenía 35 años. Recordó cómo le había
contado que quería independizarse y no pudo más que echarse a reír. Además, vio
que la gran empresa se trataba de la Panadería Onofre, seguramente negocio de
los padres del “chaval”.
Denegó la petición y cerró el
ordenador. No necesitaba saber más. Se había acabado la magia.
Se
levantó de la cama hacia la cocina para hacerse un café y nada más entrar
escuchó las risas de sus compañeras. Sonrió también, era lógico.