Tenemos esa costumbre, tan bonita como dañina, de pensar en lo que haremos después de las doce uvas. En minutos, un año; "esta vez sí", y dibujamos los mapas del Olimpo. Da igual que no haya escaleras al cielo, cuando muera el último segundo tú apuesta al 16, cariño, que hoy no cobran por jugar. 
Por mi parte, tengo una lista llena de propósitos en blanco que sé, incumpliré. Tengo la esperanza de no cruzarme más equivocaciones de ojos verdes, de caerme un poco menos y un poco menos mal, de no tener que tender demasiadas lágrimas esta vez, de dejar de pagar de una puta vez los intereses de los demás.
(Y en altísimo secreto, de seguirme arriesgando la integridad por más camas sentidas).

En voz alta, sólo escribo: mis actos los guiarán mis pies. La experiencia, lo andando. Dicen, que no es una proposición sino la inequívoca verdad de los abrazos de cada día, de las miradas secuaces que dosifican mi felicidad. Como el beso de mi madre cada mañana, puntual. No me atormenta ningun futuro si sé que tengo un refugio en el amor de quienes me dan la vida, el camino, y los años. Lo único, lo único que quiero, es que no se derrumbe.

Ojalá el primero del mes ya esté ahí, burlándome de mí y mi arrogancia pasada, cómplice de lo que me espera. Conociendo lo que ignoro; con la certeza de la inocencia. 





Lo confieso, el limón de Miguel Hernández soy yo. 
Yo, ese cruce de miradas entre lo amargo y el dulzor, entre la impertinente educación y el nunca saber estar. La malicia tan ajena del descontento por puro capricho. La esperanza irremediable de una mano cálida que me encuentre los motivos. Soy, el cientoun golpe amarillo de la ignorancia más obvia, de las cien veces que callo lo que sé. La sangre que es torrente de rojo interno y no se presenta hasta que la herida es desgarro, que aguanta la mordedura de una punta.
Pero al levantar la cabeza y ver alguna que otra sonrisa, se me olvida qué rostro me envenenó en otras noches. Y durante una centésima de segundo, no hay tiempo para protocolos.

Yo, yo que nunca quise ser Julieta...


Es imposible e inviable no creer en las personas.
Si infravaloramos los mil caminos de una sola vida
jamás andará ninguno,
si deseducamos las mentes con ruido
no quedará sitio para pensar.
Y hay que pensar; aún más, hay que sentir.

Nos tiran sal en los ojos para que no resbalen,
Para que tengan miedo a nevar.
Pero ¡es tan bonito ver al mundo caminando! 
Caminando con la certeza de que ahora mismo, en alguna parte, 
está naciendo el sol...


Él no me leía, porque no sabía lo que quería decir.
Y no eran mis letras la excepción:
Tampoco me leía la mente,
no me descifraba las miradas,
ni me desnudaba los sentimientos...

Simplemente no me leía porque no quería aprenderme a leer,
"Para qué quieres metáforas ni verso ni palabreja
cuando dices lo mismo con un simple "Te quiero pero mal",
Entonces yo contestaba que la poesía era la versión extendida del corazón
Pero él tenía prisa y yo ya dale con las metáforas.
Ahora sé que analfabetizarte de mí fue la opción más inteligente.

Sin embargo,
si el día me vestía los ojitos tristes, 
él me iluminaba con su sonrisa de sol,
y si el pasado me reclamaba las dudas,
él las saldaba en cada beso.
Despacito, escuchando con la paciencia de quién da indicaciones
al turista que no habla tu idioma:
Desconociendo el cómo pero con la bondad de la intención.
Y aún no he visto una comunicación más bella que esa,

aunque yo fuese la peor extranjera,
y en el fondo
tampoco le entendiera.




Por otra parte, valora más mi inteligencia y mi talento que mi forma de sentir, siendo así que mi corazón es mi único orgullo, como también la única fuente de donde mana todo lo que tengo: la fuerza interior, la felicidad e incluso la desgracia. Lo que sé, puede saberlo todo el mundo. Sin embargo, el corazón es algo que me pertenece a mí solamente.
-Werther.

Sigue ahí.

Bombeando en silencio por el funeral de la risa,
bombeando profundo imitando mi herida.
Bombeando autómata por respeto a la rutina,
bombeando sin quejarse unas venas en ruinas.

Le pido al alma latidos
y me devuelve testigos,
Falsos profetas de mis sentidos prohibidos.

Yo sólo quiero que lata y preguntarle qué llora,
por qué sólo se desnuda a esta hora,
qué daño le había hecho la primavera.

...Será que un día le gritaron fea.



(Me ahogan tanto los vasos de decisiones que trago
que en la autopsia casi casi lo declaran suicidio.
Pero señor, ¡fue asesinato!)

La convicción siempre dividida entre esperanza e indivisa.
La conciencia siempre a disgusto por aviso de embargo.
Con la inocencia de quién cree en moralejas de antes de dormir,
juego conmigo a alumbrar un camino de engaños dorados.
Equilibrios por el bordillo de la calzada de mi vida,
Equilibrios en mi autoestima entre el orgullo y lo amargo.

Y sin embargo, río a dientes, mientras huyo de mi sombra
Por la irónica ignorancia de olvidar dónde he sangrado.
Sólo yo, destino, lumbre; yo, mi infierno y mi legado.




En noches como esta la luna no brilla una mierda aunque esté llena,
Qué pena, sé que te tengo secuestrado del mundo.
Yo siempre me confundo, me hundo, y tú,
Sonríes ciego sin saber cómo es mi core de profundo.
Te damos el doble de la diferencia si encuentras una sonrisa más sincera.
No conoces la luz si no lo has visto de frente.
Pero él si suelta mi mano, tropiezo y de repente,
Comprendo que es demasiado feliz para entenderme.

En noches como esta olvido al resto de universos,
Inmerso, gemidos que intercalan, calan besos.
Yo entonces cierro los ojos, los tuyos bien abiertos,
Yo todo pecados, tú vacío de aciertos.
Te damos el triple de la diferencia si encuentras unos dedos más exactos.
Pero si tengo cita con Neruda, es otra duda; de momento,
Me quedo contigo sembrando flores en el asfalto.

En noches como esta mis sueños son a corto plazo,
Y me asaltan futuros en los que no veo tus labios...





"Una luz a lo lejos alumbra una figura,
algo parecida a la gloria pero, pero
solo era el camión
de la basura,
haciendo su ruta.
[...] 

Y aquí se está cayendo el cielo y no tengo a dónde ir
Me duermo en cada esquina, están hechas para mí,
Ahora no te reconozco, no me acuerdo, no sé;
Lo siento, no puedo recordarlo todo..."

-Fragmento de "Tan Solo", por Estopa.

Ojalá algo menos complicada y algo más ciega.
Pero he acariciado amor con los dedos,
he sentido el palpitar de la felicidad estridente y su locura y no;
no puedo olvidarlo.
Si no consigo acallar mi consciencia al menos dejadme taparme los oídos.
Dejadme seguir tropezando entre excusas, 
con la esperanza de salvarle del más mínimo arañazo.
Faltan señales que avisen del riesgo de desprendimiento emocional que escondo.
Será que no entiendo que me quiera, ni al que me quiere,
ni cómo quererme,
ni al que cree buscar en mis ojos lo que solo yo sé que no encontrará.
Mis pesadillas susurran que estoy teniendo demasiada suerte...
Di, ¿no ves o no me ves?



De vez en cuando se me suben las dudas.

Es costumbre
en mi rutina del ser parcialmente impecable
-siempre rompiéndolo todo un poco-
el tropezar por esa cuerda floja infinita que me sostiene de caer en lo amoral mientras
a duras penas sobrevivo por la línea de lo brevemente despreciable.

Me preguntan si amo y parpadeo.
Unas veces un mundo; otras polvo,
pero cambiaría mi vida por un minuto más entre sus brazos.

Se burlan, y me la pela,
yo no tengo envidia de los que sostienen la mirada
porque no han conocido otra cosa,
ni de los que apodan libertad a la soledad
y esto último va por mí.

Me dejo una pequeña nota de amenaza,
como rompa su sonrisa, me mato, quedo avisada.


Frecuentemente, a los insensatos con hambre se nos llama valientes
por ser los únicos tan estúpidos como para querer comernos el mundo,
por disfrutar de la ceguera voluntaria que nos evita ver el riesgo inminente 
de siniestro contra un muro de dudas.
¿Yo? Yo ya lo sé, tengo la intuición estropeada a base de errores,
de relatos de terror que concluyen con un "fueron felices y comieron perdices"
que dejan por los suelos al peor de los monstruos.
Lo dije ayer, busco desesperadamente al que entienda mis auxilios entre sonrisas,
para que me explique por qué yo, por qué nadie.
Mientras, seguiré rompiéndome a equivocaciones disfrazadas de ojos verdes,
consolándome con dormir junto a su abrazo indestructible,
convenciéndome de que esta boca será la última,
de que mi hogar son sus brazos;
de que al menos esta noche
     es amor 
y no miedo.


Y así...
Ignorando muy bien cuál sería la reacción apropiada
a los paseos de la mano de decisiones y consecuencias,
Desconociendo el modo de reconocer la apariencia
de los errores hechos para mí,
Desorientando a los exploradores imprudentes
-expertos en rutas ajenas-
con caminos que nunca llevan a la Roma verdadera
sino a la prometida;
Busco desesperadamente
la palabra capaz de representar mi realidad insostenible,
La que que quiebre la soledad
durante el efímero segundo de su pronunciación,
Para que otro nombre pueda comprender
lo que implica 
vivir aterrorizada de la inmensidad del cielo 
pero estar irremediablemente enamorada de cómo sostiene las estrellas.


Cuando era niña un perro me cortó el labio de un arañazo; (una historia complicada).

Podría considerarse como un anécdota sin mucha repercusión, pero es algo que marcó mi infancia. Durante años les tuve pánico a estos animales: intentaba evitarlos a toda costa, temía terriblemente que se me acercaran, me asustaban sus ladridos. En fin, que odiaba a esos seres que babeaban, saltaban y se movían constantemente como si les hubiesen dado speed en vez de lo que sea que coman. Lo peor eran esos que los dueños te decían "No te preocupes que no hace nada", pero ellos no llevaban ninguna cicatriz en el labio, claro.
No siempre les tuve miedo. Antes del arañazo, me encantaban. Lo típico de los niños, ves Bethooven o 101 Dálmatas y les das el coñazo a tus padres durante un año entero para que te compren uno porque crees que va a ser tu mejor amigo. Sueñas con el momento en el que puedas tener un cachorrito con el que jugar a ser Shaggy y el puto Scooby Doo. Pero es que realmente incluso puede que el hipotético bicho lo hubiese podido ser, podría haber sido mi mascota y compañía, podría habérmelo llevado a dar largos paseos, cuidarlo y bañarlo y protagonizar una historia tan asquerosamente pastelosa como en cualquiera de esas películas.

Pero un perro me dejó una cicatriz.

Por confiarme en la ausencia de peligro. Por creerme los cuentos que había leído. Por jugar con él, por creer que él jugaba conmigo, por acariciarle esperando que me lamiera la mano en vez de modérmela, por tener fe en que bastaba con que mi intención fuera buena, como suponiendo que por eso ya nada malo podría pasar.

Pero sí pasó.

El resto de la gente no entendía mi odio y mi temor hacia estos animales, y seguían pensando que eran fieles, amorosos, simpáticos y supongo que para ellos sí lo serían. Pero no todo el mundo está hecho para tener perros. Yo conocía el lado oscuro y salvaje, el que no es bonito, conocía el dolor de que se te llenase la boca de sangre apenas con 6 años de edad. ¿Cómo iba a querer ni siquiera tocarlo? ¿Qué me garantizaba que, a pesar de las palabras, "no hiciese nada"?

Un perro me arañó una metáfora.

Hay heridas que maquillamos, que escondemos, pero que nunca se cierran, y pasan a formar parte de nosotros.

Yo ya había saboreado el dolor de acercarse demasiado.

Un imbécil me dejó una cicatriz.








Pienso en todos los capullos que me quedan por encontrar. Uno con el pelo rizado, por ejemplo, o igual uno al que le guste algo tan ajeno a mí como el fútbol.

Pienso en la capulla que seré yo. La que nunca se aclara sobre si es rubia o castaña, si le gustan más las chupas de cuero o los zapatos con tacón infinitos, si quiere salir a beberse toda la Rioja o hoy decide quedarse en casa tranquilita, si es más de playa o de montaña. Posiblemente el tipo de chica con la que no te quedarías durmiendo abrazado ni a la que le preguntarías "que tal va la familia", pero con la que pasarías horas hablando sobre la misma mierda que a los dos os gusta. La que se enamora fácil de madrugada pero no de cualquiera y siempre cree que el último será el último error.

(Y no es que yo quiera que me rescaten, no necesito a nadie con espíritu de restaurador. Me gustan mis ruinas).

Pienso en lo terriblemente inguantable e ilusa que soy y lo poco que me lo dicen. Y en lo irritantemente vacuos que yo os veo desde el silencio al mayoría. Seguramente esa sea mi cruz, ser consciente.

Pienso en la gilipollez que es basar tu vida en la de otro alguien. En que el escalón más bajo de la esencia humana posiblemente sea la actitud de imbéciles de cuando nos late el corazón con más fuerza; el craso error de dejar de ser quien eres por complacer a otra persona.

No necesitamos la complacencia de nadie que no seamos nosotros mismos.

Y pienso en los capullos que me quedan, y todos los capullos que quedan sueltos sin saber que lo son. Me río yo de los imbéciles que pasean de la mano por el parque, creyéndose eternos, únicos, tan especiales como yo me creí. Un puñado de esclavos por voluntad propia. No, no, no sois infinitos, aunque ya lo descubriréis, no quiero contaros el final. Pero mientras, iros lejos con vuestros bombones en San Valentín y las cenitas de aniversario, los viajes románticos a París con pétalos de rosa sobre la cama, con vuestra parodia de comedia romántica digna de una película de la mismísima Julia Roberts. No necesito un amor con el que mis amigas digan "que suerte tienes con él", "qué envidia". No.

Y aun con todo, si durante una olvidadiza madrugada de sábado, embriagada de recuerdos, amanezco sola y dejo que me ames, quiero que sepas y me recuerdes, que la única forma que queda de amor es la instantánea, la que no invade la rutina ni crea dependencias. Quiero tener una colección de cicatrices de balas compartidas. No habrá fotos juntos, porque dejaremos la fragilidad del momento sea incapturable (la única eternidad real es la efímera). Porque sobre todo, necesito que seas consciente de que mañana por la mañana todo se habrá extinguido y es por eso que viviremos cada noche juntos como si así fuese. Nunca habrá una promesa de futuro posterior a los tres segundos que tardes en cerrar la puerta mientras me mires el culo al salir.
Y si renacemos, ya renaceremos, pero solo cuando el viento lo quiera.




Pienso que la única relación permanente que quiero es con el instante en el que me miro bailar rock'n'roll en el espejo entretanto este me grita y repite que soy libre, libre, libre.


A Tania le brillaron los ojos, como obnubilada. Nunca había visto a un tío así  ¡Y sólo iba con chicos! No podía haber tenido tanta suerte. Tenía que ir a hablarle. Sin darle explicaciones a nadie, cruzó a lo largo de la discoteca con la mirada fija en su objetivo.
Estaba ya cerca, incluso le escuchó cantar Lean On, que sonaba en ese momento. Entonces, le tocó tímidamente la espalda, y  él se asustó por ello.

-Eeh… Perdona.
-¿Sí?- contestó él al girarse.  Tenía una sonrisa especialmente bonita.

-Igual esto te resulta algo violento, pero te he visto y no sé… He sentido la necesidad de  venir aquí a hablarte. Me llamo Tania por cierto.

Sabía cómo actuar en estas situaciones. Se lamentaba de no haberse puesto una camiseta con un mayor escote, aunque los tacones le hacían unas piernas de infarto, y lo sabía; claro que lo sabía.

-Pues sí, es un poco precipitado –rio algo nervioso- pero encantado Tania. Me llamo Leo.

Leo… ¡Como Da Vinci, su pintor favorito! Lo recorrió con la mirada. Llevaba una camisa blanca que acentuaba su torso y unos vaqueros oscuros que también le favorecían por no ser demasiado anchos. Tenía unos impactantes ojos azules, y aunque el pelo no se le veía muy bien por las luces fluorescentes, supuso que era de algún color claro.

 -Eh,  ¿quieres una copa?

Aceptó, aunque ya llevaba un buen número de vasos, por no hacerle un feo. Leo pidió un Gin Tonic para los dos. Tania lo dejó sin que se diera cuenta, le daba rabia tirar el dinero, pero siendo sinceros, nunca había probado una cosa tan asquerosa. Además, el chaval no estaba en condición de percatarse tampoco de mucho, ya habría bebido unos cuantos cubatas.

-No pienses mal de mí, no me gusta venir mucho a estos sitios- dijo Leo.

-Ni a mí –mintió. Lo cierto es que le encantaba bailar.- La gente viene a pillar cacho solo. ¿Estudias?

Notó que le vibraba el móvil y vio un whattsap de una amiga suya que decía “¿con qué clase de feto estás hablando?”. Lo ignoró.

-Bueno, es complicado, actualmente trabajo en una empresa importante, aunque me gustaría independizarme y estudiar económicas en cuanto la situación me lo permita, ¿y tú?

-Yo hago filología hispánica en la Complutense.

Era perfecto, además de guapo tenía futuro. Eso implicaba que tenía las ideas claras. Y seguro que era inteligente, por eso no venía a estos sitios. Tania se lo imaginaba pasándose las tardes leyendo a Cela o a Juan Ramón Jiménez. O mejor, igual tocaba en alguna banda. La batería, por ejemplo.

-Y dime… ¿Tienes novia?- dijo mientras guiñaba el ojo pícaramente.

-Tenía. Cortamos hace poco, queríamos cosas diferentes…

-Vaya. Bueno, pues ya sabes lo que se dice, ¡un clavo saca a otro clavo!

-¿Qué dices?-contestó él gritando- No te oigo, ¡mejor vamos fuera!

La música estaba muy alta y es cierto que no se escuchaba bien. Pero no le hacía falta que se oyera, ya estaba cantado el final de esta historia. Acabarían en su casa, o en la de él. A la mañana siguiente no habría desaparecido porque él era un caballero e incluso le llevaría el desayuno a la cama. Con suerte, hasta continuarían hablando y puede que acabaran por hacerse novios, seguro que a su madre le encantaría ese chico.

 Contoneó sus caderas avanzando por delante de él hasta la terraza de la discoteca. Sabía que Leo la miraba, siempre la miran.  Estaban ya fuera. Él se encendió un cigarrillo. La verdad es que con la luz de la luna, ahora que lo veía bien, no parecía tan guapísimo como lo había visto antes.

De nuevo, otro mensaje. “Tía,  ¿dónde estás? Nos vamos ya, vente a la puerta, has bebido y no vamos a dejar que conduzcas”.

-Oye… Sé que acabamos de salir, pero es que me tengo que ir. Y eso que me gustaría poder quedarme hablando contigo, creo que eres una persona muy interesante.

-Bueno, no pasa nada. Yo tampoco creo que esté mucho más. ¿Me das al menos tu Facebook?

-Sí, claro, ¿cómo no lo había pensado? Apunta…

Intercambiaron los nombres y se agregaron por el móvil. Le daba rabia tener que irse, porque el chaval era un partidazo, pero tenía el consuelo de saber que al menos podría contactar con él más adelante. Se dieron dos besos, y luego él le robó un tímido pico. Se ofreció a acompañarla, pero por evitar chismes Tania le contestó que no hacía falta. Y se fue, dejándole solo de nuevo entre toda esa multitud de gente tan eufórica como desconocida.

Tania avanzó hasta donde estaban sus amigos esperando para coger un taxi de vuelta a Móstoles, y entre preguntas y cotilleos, llegaron al piso que compartían. Se tiró a la cama casi vestida por completo, tan solo se quitó los tacones. Le había subido el cansancio de golpe, y se durmió entre sueños de príncipes azules y amores imposibles.

La despertó la luz del sol a la mañana siguiente.

Tenía todo el maquillaje repartido por la funda de la almohada, que había manchado con el carmín. Le dolía un poco la cabeza, efecto de la resaca, pero enseguida se acordó de su Don Juan y abrió el portátil. Allí estaba él, en peticiones. Se metió a curiosear un poco.

Cuál fue su sorpresa cuando clicó en la foto de perfil. En efecto, tenía los ojos azules, pero también tenía una nariz que le ocupaba dos tercios de su cara, y unas marcadas líneas de expresión al lado de la boca. Se acordó de que ayer no le vio bien el pelo,  y ahora entendió el porqué. Simplemente, porque no tenía, Leo estaba calvo. Y no es que se llamase Leo de Leonardo, como Da Vinci, no, se llamaba Leopoldo, y el amigo tenía 35 años. Recordó cómo le había contado que quería independizarse y no pudo más que echarse a reír. Además, vio que la gran empresa se trataba de la Panadería Onofre, seguramente negocio de los padres del “chaval”.

Denegó la petición y cerró el ordenador. No necesitaba saber más. Se había acabado la magia.

Se levantó de la cama hacia la cocina para hacerse un café y nada más entrar escuchó las risas de sus compañeras. Sonrió también, era lógico.


(No sé si soy un libro leído a mitad, o es que aún me falto por escribir. Ni siquiera tengo muy claro el autor).

Y tengo, latiendo moribundas, cada palabra de amor; y tatuados en el lacrimal, cada rechazo. Tengo unos pies muy fríos y a nadie que me deje zapatillas para salir al balcón. Tengo un paquete de tabaco a medio terminar pero no a alguien que se ría de mí al verme fumar, una canción que no me atrevo a oír y un documental pendiente. Tengo poemas que hablan de tí escritos por gente que no te conoció, y tengo poemas que hablan de ti.
Tengo las mismas cervezas que aún me saben a ausencia, pero no a esa ausencia. 

¿Y el amor?
Dormido. Ninguno, en el pecho, huyendo.

(No, no. El autor soy yo)





Su herida golpead de vez en cuando,
no dejadla jamás que cicatrice. 
Que arroje sangre fresca a su dolor
y eterno viva en su raíz el llanto.

Y si se arranca a volar, gritadle a voces
su culpa: ¡que recuerde!

Si en su palabra crecen flores nuevamente,
arrojad pellas de barro oscuro al rostro,
pisad su savia roja.

Talad, talad, que no descuelle el corazón
de música oprimida.

[...]

Tú, arranca;
yo oigo gritar a las flores.
Allá tú con tu conciencia, 
yo soy cada día más malo,
estoy perdiendo la paciencia...

-Fragmento de Te juzgarán sólo por tus errores (yo no), por Extremoduro.


Esto no es literatura
pero
me apetecía decir
que: 

Hoy, envidio a los locos. Ojalá poder disfrutar yo también de ver a través de sus ojos. Qué bonito inventar flores donde no las hay, asustarse de monstruos que no existen, y poder gritarle  ¡HIJO DE PUTA! al un desconocido por la calle San Francisco sin tener absolutamente ningún motivo; y que no se ofenda porque, pobrecito, está enfermo, no sabe lo que dice.

¡Quién dijo que la cordura fuese sana!

No, la cordura se aprende, la cordura es la asesina de una infancia que ostenta un dibujo orgullosa y le contestan que,
que no, no puedes pintar los caballos azules 
porque no hay caballos azules 
porque los caballos no pueden ser azules
porque nadie pinta los caballos azules
y tú no vas a pintar caballos azules.


Dejemos de matar a los locos. Presumís de ser el planeta en el que nació Kandisnky, Basquiat o Miró y enseñáis sus cuadros en vuestros museos mientras en una casa hay un niño que muere porque le han dicho una y otra y otra vez que 
NO SE PINTA EN LAS PAREDES NO SE PINTA POR FUERA DE LAS LÍNEAS NO SE PINTAN FLORES CON BRAZOS NI PERROS CON DOS CABEZAS NI MANZANAS VOLADORAS PORQUE NO NO NO NO NO NO. 

Quién cojones eres tú para creerte que tu verdad de caballos marrones es mejor. La tolerancia y el respeto no valen nada cuando somos incapaces de aceptar que la realidad de cada individuo y su concepción de ella es inalterable, o al menos debería serlo.

Esto es un manifiesto.




A veces, cuando las circunstancias y la promesa de un futuro incierto me abruman, me hago pequeñita. Como decirte... Es como si un mar apareciera para envolverme con sus olas de autoprotección; pero no deja de ser agua, débil y vulnerable.

Me hago pequeñita porque me alejo flotando del mundo
y de su desorden
y de su caos
y de su confusión
y de su desconcierto
y de su enredo.

A veces, cuando no me doy cuenta, me he hundido. Siempre sigo a ese pez de colores que nada hacia lo profundo cuando me engaña con enseñarme la puerta al País de las Maravillas. Me convence -o me convenzo- de que es todo más fácil si sigues a la corriente y te dejas llevar; de que las mareas a cada momento golpean con más fuerza y yo a cada instante me encuentro más cansada.
Como decirte... Es como si un enorme iceberg colisionara contra mí, pero Leonardo di Caprio ya se hubiese ahogado hace tiempo.

Aunque ya no me hago pequeñita, ni Titanic, ni pez de colores, ni busco una puerta, ni me alejo flotando, ni me arropo entre el oleaje. ¿Será que tú, tan salvavidas, tan isla desierta, eres la esperanza de Tom Hanks siendo Robinson Crusoe...?




Con los años, aprendes a ver a las personas más allá de lo que te quieren dejar ver, de la imagen, del personaje... Así te das cuenta de que lo que "oro parece" en realidad es solo una puta fruta podrida más. Y que aunque no se use como refrán, también hay mucho cordero con piel de lobo.

No se como tuve la suerte de reencontrarte. De aprender a quitarte la piel mientras me quitabas la mía. Ahora es solo una porque la compartimos, nosotros estamos los dos debajo, como quién se refugia de la lluvia. Qué más da que me vean como un lobo, una zorra, o el jodido animal que quieran que sé que tu estarás ahí, debajo de la piel, viéndome.

No hay sensación mas bonita en el mundo que sentir que dos almas se encuentran, como si siempre hubiesen estado predestinadas. Tuvo que ser nuestra historia de caos y ceniza para que tú puedas ser la libertad de mis alas de fénix. Regalándome la luz cada día con tu cercanía en la ausencia.


No sé muy bien cómo, ni por qué, ni con qué fin, pero te escribo.
Tampoco entiendo qué nos ha llevado a ser, a hacer, a jugar a ojo por ojo hasta que salga esta tormenta perfecta, con la que cordialmente convivimos.

Ojalá no hubiera tenido que oír lo que oído, ojalá tú tampoco. Ojalá un destino algo menos en contra, ojalá ser menos ruinas de Roma. Ojalá haber sido lo que pudimos ser, y no lo que fuimos y somos. Pero qué más quieres, si lo único que sé es ver las cosas cuando ya es demasiado tarde.

Es cierto, ya no te quiero. Pero sí que quiero, y si soy capaz, es por ti. Por lo que eternamente te estaré agradecida, por enseñarme a cómo no he de amar; y es por lo que nunca podré compensarte, por ser la víctima de este aprendizaje. Lo has oído tantas veces como yo, "Sí, sí, hasta que llegue un día en el que te importará alguien y te romperá el corazón". Y somos eso. Una historia triste de vencidos sin vencedores, una guerra sin supervivientes, una Troya que nunca dejará de arder.

Por preguntar, quisiera saber tanto... Quisiera preguntarme por qué tuve que invitarte a un puto calimocho el día que todo comenzó; el día en el que ya se vislumbraba cual sería nuestro fin y destino. Y por querer, quisiera poder responderme. O por qué soy incapaz de guardarte rencor por tus errores, cuando sé que tú sí lo haces, que debería hacerlo, que todo sería más fácil si me olvidará de los buenos momentos, y me creyera de verdad que no compensan los malos. (¿Los compensan?)

Por saber, quisiera preguntar tanto... Hay un "¿Estás bien?" encabezando una lista mental de "Cosas que no te dije"; seguidamente de un "Lo siento", y no te voy a mentir, también algún que otro "gilipollas". Por saber, me gustaría preguntar si algún día me piensas, o si un mínimo ápice de ti se compadece de nosotros. Conocer qué te lleva a actuar como lo haces, qué te hace ser  tan inpertinentemente orgulloso, como para qué cuando termines de leer esto, renuncies a hablarme, porque sigues creyendo que es lo mejor, y lo dejes pasar como siguen las cosas que no tienen mucho sentido. Por saber, quisiera preguntar tanto, aunque sé que ya no hay respuesta.

Pero por lo menos, que sepas que si algún día te apetece curarte las cicatrices, estoy donde habita el olvido. Al final, será que te escribo para eso.



No soy capaz escribirte como Hernández ni llorarte como Neruda, y nunca podré plasmar algo mínimamente parecido a lo que ellos, sin conocerme ni conocerte, nos dedicaron. Pero a ti, que sin prisa con una cerilla me has sabido descongelar tras la peor de las tormentas, a ti que siempre supiste esperar el día en el que me encontrarías desarmada y no desalmada; a ti, lo mínimo, son palabras, "que más que mías, son tuyas". 

Qué gran parecido guarda la soledad que compartimos con el amor...
Qué envidia de tus ojos que saben verme como ángel y demonio. Qué suicida corazón que entiende que se consumirá como ese pitillo compartido, porque en el fondo es consciente; yo solo sé dejar cenizas.
Y aún así, esta niña caprichosa cree que es de digno orgullo, el ser el rastro que deja tu pluma cuando sufres insomnio. Porque sólo tu has sido y serás (ni Hernández ni Neruda) el que pudo convertirme en lo que crea y destruye mi ser, en arte. "Para mi libertad, bastan tus alas", aunque esté mal citado.









No, gracias, prefiero no enumerar,
dejar que las cosas se ordenen solas
sin necesidad de ordinales.

Le he cogido manía al 12,
asco al 10,
y aún me sobra desprecio para el 15.
Aprendido queda,
los números con dos cifras son para 2,
y  yo soy una y tú 1,
pero ni hay nosotros ni sumamos.

(¿Será por eso que los corazones se escriben como
"menor que" 3?)


Bibliografía.

Alexia Gómez. Con la tecnología de Blogger.
 
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