Ya. Y dices que quieres un príncipe azul, ¿no? Un chico que te acompañe a casa todos los días y que cada mañana al despertarte te envíe un mensaje recordándote lo mucho que te quiere y la suerte que tiene por tenerte en su vida. Quieres un tio que te de su sudadera cuando haga frío, que te haga reir. Que te diga "pequeña". Dices que quieres que se preocupe solo por ti y viva pendiente de lo que hagas, y que te cuide como un tesoro.

Pues volver a casa de vuestra madre. O compraros un perro.

Supongo que en el momento en el que vosotras dejéis de liaros cada noche con uno distinto solo porque esté bueno, dejéis de aceptar las copas de todos los desesperados que os invitan; cuando no os pongáis un escote hasta el ombligo o recobréis el respeto hacia vosotras mismas. Cuando no os maquilléis como una puerta porque solo así os veis bonitas, cuando tengáis más autoestima que carne al aire. Si algún día dejáis de bailar con todos los tíos que veis poniéndoles todo el culo, suponiendo que os dejéis de hacer las difíciles. Porque realmente es eso, os hacéis, posiblemente las que vais de dignas y románticas seréis las peores. Cuando dejéis de decirle que no al chico que lleva la vida enamorado de vosotras solo porque sea "feo", o porque tenga más cerebro que abdominales. Cuando no os ríais de otra tia porque camine mal con los tacones o porque le haya salido un grano, cuando dejéis de ser las guarras que sois.


Los príncipes para las princesas, ¿O qué?




Tocar, y seguir tocando.
Y seguir tocando hasta que duela, hasta que sangre, hasta que se mezclen y no se sepa donde comienzan mis dedos y donde termina la música.
Hasta el punto en el que esas melodías se cuelen por mis venas, penetrando en mi persona y pasando a formar parte de mi, como si cada herida fuese una vía abierta a un mundo de armonías que aunque hieran, internamente sanan. Rasgueos son medicina para un corazón rasgado.

Tocar, y seguir tocando.
Hasta que me quede afónica, hasta que salga el sol, o tal vez hasta que me regañen por hacer ruido de noche. Respirar y tocar, tocar y cantar, como si pasaran a ser una necesidad vital. Y es que en ese momento, así lo es. Más que el agua. Y tan necesario como el oxígeno, que de igual manera, entra en mí como la música lo hace.

Tocar, y seguir tocando.
Hasta que los años no me permita distinguir la tercera cuerda de la cuarta. O cuando olvide como leer en clave de Fa. Hasta que las notas de la partitura se mezclen y acabe confundiendo corcheas y tonos. Hasta que la artritis no me deje pulsar una cuerda, y cuando no, hasta que no me deje agarrar una púa. Hasta que pierda la voz. Hasta que pierda el oido. Hasta que pierda la vida.









Tocar y seguir tocando. Hasta que (d/m)ue(l/r)a.

Alexia Gómez. Con la tecnología de Blogger.
 
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