Trastes.

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Tocar, y seguir tocando.
Y seguir tocando hasta que duela, hasta que sangre, hasta que se mezclen y no se sepa donde comienzan mis dedos y donde termina la música.
Hasta el punto en el que esas melodías se cuelen por mis venas, penetrando en mi persona y pasando a formar parte de mi, como si cada herida fuese una vía abierta a un mundo de armonías que aunque hieran, internamente sanan. Rasgueos son medicina para un corazón rasgado.

Tocar, y seguir tocando.
Hasta que me quede afónica, hasta que salga el sol, o tal vez hasta que me regañen por hacer ruido de noche. Respirar y tocar, tocar y cantar, como si pasaran a ser una necesidad vital. Y es que en ese momento, así lo es. Más que el agua. Y tan necesario como el oxígeno, que de igual manera, entra en mí como la música lo hace.

Tocar, y seguir tocando.
Hasta que los años no me permita distinguir la tercera cuerda de la cuarta. O cuando olvide como leer en clave de Fa. Hasta que las notas de la partitura se mezclen y acabe confundiendo corcheas y tonos. Hasta que la artritis no me deje pulsar una cuerda, y cuando no, hasta que no me deje agarrar una púa. Hasta que pierda la voz. Hasta que pierda el oido. Hasta que pierda la vida.









Tocar y seguir tocando. Hasta que (d/m)ue(l/r)a.

Alexia Gómez. Con la tecnología de Blogger.
 
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