Me encuentro en ese momento en el que, a mitad del túnel, percibes esa luz cegadora al final del camino que te invita a correr hacia ella. Sólo que no quiero correr. Pero corro, corro, o más bien corre mi cuerpo, ya que es mi cerebro el que envía ordenes de correr, porque ya ha visto esa luz del tunel, y ahora no puede dejarla sin más.

Es como "la primera vez invita la casa", y lo inocente que parece, siempre piensas que por probar no va a cambiar nada. Cuanta maldad calculada puede existir en una frase, en un acto. Porque esa cantidad de la primera dosis es directamente proporcional con la necesidad de una segunda, y esa luz que veo posee casualmente el maravilloso y puro blanco de los vestidos de Céline.

Mientras más consciente soy de este cambio, más difícil me es separarme de él, a pesar de que más voluntad tenga de ello. Lo hago inconscientemente. Y cuando quiero parar, ya estoy metida.
A las horas, suelo recuperar la cordura. Intento hacer algo para distraerme y no seguir suministrándome vicio, y suelo conseguirlo. Por lo general funciona, y tras el subidón, me quedo dormida en mi cama con las pruebas del delito a cm de mí, y paso la noche con ellas. 

Por la mañana me despierto y las veo ahí, invitandome a disfrutar de ellas un poco más.Y de nuevo, por lo general funciona. 

Pero tengo que hacer algo, porque se está apoderando de mi vida. Temo que mi cerebro ya se haya transformado, porque soy incapaz de pensar en otra cosa. O de hablar de otra cosa. El resto del mundo no me entiende ya, ponen esa cara a mitad entre la confusión y la indiferencia. Claro que a ellos no les parezca que tengo un problema. Tan acostumbrados a lo físico que no perciben lo mental. Pero es tan maravilloso, hablar de ello, de esos colores, de esas texturas, de las sensaciones que hacen en mí, de como me acompañan día tras día.

Y por eso, en mis quien sabe si últimas horas, minutos o meses de lucidez, escribo esto, en un intento de que alguien sepa de que yo no siempre fui así. Y que si bien entré porque quise, no puedo salir aunque quiera. Pero no me arrepiento. He disfrutado mucho. Mi fracción de cerebro lúcido que no cegado, me da ya su pésame, su beso, su flor y me advierte de que esto no parará, es como actualizas la play, ya no puedes apagar, no hay vuelta atrás. Supongo que moriré envuelta entre las apariencias, como he vivido siempre (¿o tal vez antes no?), sin que nadie me vea. Con esa sonrisa imperfecta que tengo que forzar yo misma, porque aún no las venden.

pd: enterrar mi armario conmigo, no dejéis que perjudique a nadie más.





Alexia Gómez. Con la tecnología de Blogger.
 
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