He comenzado mil veces así,
pero yo nunca te pedí que lo hicieras.
Así como nunca tuve que exigir
que me tomaras de la mano.

He comenzado mil veces diciendo
que no tengo culpa de que adores
Como se mezcla el pelo y mi viento.
Que yo no controlo sus vuelos.

Yo nunca te pedí que me dejaras libre.
Nunca necesite hacerlo, 
Porque me amaste con mis alas.
Por eso volvería siempre a tu acento
Cuando me siento extranjera.

Yo nunca te pedí tu tiempo,
Nunca te reclamé más que la vida.
Y sin embargo ahí estás, velándome,
Hasta que quedo dormida.

Sólo te he rogado por algún verso,
Por algún beso de tus manos.
Y sin pedir me regalaste tu universo,
El instinto y el calor más humano...

Yo soy de las que se rinde, amor,
Y tú lo sabes.
Que yo nunca quise querer
Por miedo a enamorar a alguien.

Yo nunca quise así a nadie.

Porque sin pedirlo allá estas.
Reconstruyendo mis cenizas,
Para que vuelva a volar.

Yo nunca te pedí que me amaras,
Pero tú me enseñaste a amar.


No me fío de las personas que no creen en las casualidades.

Me explico:
Desde que estoy aprendiendo a volar, me he dado cuenta, de que lo más bonito que existe en la vida es lo inesperado. ¡Es tan bello cuando te golpea la fortuna! Porque las casualidades van así, buscando una sonrisa que les responda, unos pasos curiosos que se aproximen. Ellas gritan "miradme" en la calle esperando encontrar a alguien que no sea ciego.

No me fío de esas personas, porque el que nunca se ha encontrado con una casualidad es porque no ha querido. Tal vez no se le ocurrió preguntarle al camarero cuando era su cumpleaños, y así nunca averiguó que era el mismo día que él. Yo las conozco, ellas siempre están ahí, pero necesitan de una pregunta, de una chispa de inocencia para encender el fuego que tanto amo. No saben, no entienden, que ese camarero igual es la persona que les puede dar un trabajo, igual es la persona con la que se casaría su hermana, quizá es alguien que necesita su ayuda... Pero no, nadie rompe el silencio del miedo, la dictadura individual de la sociedad. Ya lo siento, pero quien no busque en su corazón la ilusión por descubrir, nunca podrá acercarse al calor de la vida.

No sería capaz de enumerar cuantas casualidades he conocido desde que aprendo a volar. 
Quizá, el señor con una discapacidad mental en silla de ruedas que llevé a pasear, y del que tanto me obsesiona su mirada de agradecimiento. 
Quizá, la música espontánea que me grita que me acerque y las manos que saludan rotas de tocar.
Quizá, todos los poemas de los que me niego a ser musa.
No sabría, de verdad, y sin embargo, no dejo de soñar con encontrarme un día más una casualidad detrás de una farola, leyendo un libro, sin saber a dónde va.

Y no me fío de las personas que no creen en la suerte. Porque su suerte la aniquilaron cuando decidieron cerrar los ojos, encender los teléfonos, no mirarse en los metros. De verdad, corazón, que depende de ti si el mundo es color de rosa o gris. 
Mi suerte es el tesoro más grande, porque las casualidades sólo las ves cuando sabes valorar. 
Y así estamos, aprendiendo a volar.

Gracias, Madrid, por ser mi casualidad.
 


Alexia Gómez. Con la tecnología de Blogger.
 
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