Me prometo una y otra vez
dejar de escribir sobre ti.
Tragarme el amor que te profeso, pero
una y otra vez
me atraganto,

así que intentaré ser breve:

La distancia es una textura abierta, cariño.
Distancia es el nombre que le dimos al silencio
que se asienta entre dos seres que respiran lejos.

Pero la distancia es también la guerra fría.
Dos misiles apuntando el uno al otro
que no quieren atacar pero
no conocen otra forma de protegerse.

La distancia es sinónima de la ausencia
de tus manos aunque duermas en mi cama.
El espacio es infinito entre quién no ama,
la lejanía gélida de los centímetros entre la piel
y los kilómetros entre el alma.

Hemos sabido siempre que nadie decidió
que tu fueras Adriático y yo España,
que nuestra esperanza y tormento fueran montados
siempre en un avión.
Hemos maldito mil veces a las cifras que establecían
la separación entre nosotros;
ironía que la más grande la causamos en dos.

Y ahora que mi futuro parecía tu puerto
que el espacio se acortaba a cada noticia
que serían indiferentes los cuerpos en la misma habitación.

No hay luz que me permita verte la mirada,
No es el momento....





(Me prometo una y otra vez dejar de escribir sobre ti).
Las niñas que yo conozco ya no tienen tiempo de ser niñas.

Antes de dormir, toman sus proyectos de juguete y los abrazan.
Abrazan las ilusiones que tenían de ser ingenieras, escritoras o astronautas;
calman a los dragones que tienen miedo de los monstruos que a ellas las acechan,
arropan a la certeza de otra noche vivas en casa,
y cantan nanas de reggeaton hasta las 5 de la mañana.

Las niñas que yo conozco no creen en cuentos de hadas.
No les quedan hechizos ni calabazas, no es el reloj el que les rompió la magia.
Las malas ya no son las madrastras, sino las manos invisibles que se cuelan bajo tu falda,
las bocas desconocidas que te gritan "princesa" a tus espaldas,
la carencia de carrozas cuando cierra el metro
y de lejos escuchas una voz,
"GUAPA",
y te giras,
y es oscuro,
y no contestas;

no era nada
(esta vez).

Las niñas que yo conozco aún no saben que crecieron condenadas
bajo una sombra de metro ochenta, infinitas piernas y menos que flaca.
Crecidas con otra niña ya bajo el brazo y una ambición limitada
con otra niña para contarle los mismos cuentos,
para enseñarle a que esté agachada
a que si habla, que hable bajito,
a que si sueña, que sueñe bajito,
a que si protesta, que proteste bajito...
para enseñarle dormida, para enseñarle a que esté callada.

Y yo entiendo a las madres del mundo,
porque las que no han hecho caso viven de piedras y de amenazas,
y aun con la impotencia alimentan sus ansias,
y mientras más cuestionan más aprenden
que hay monstruos en la noche y ella no es príncipe ni tiene espada.
Yo lo entiendo porque de tanto en tanto,
hay alguna que
cuando escucha una voz,
"GUAPA".
y se gira,
y es oscuro
y contesta;

ni amenazas quedan cuando amanece la madrugada.






No es novedad para nadie que me conozca
que toda la vida me he sentido flor.
Existe un vínculo especial entre ellas y yo
entre su fragilidad y la mía,
entre la belleza del impulso sin miedo
Salvaje e inexplicable.

Es por eso que nací en primavera,
En abril, abriéndome con la flor de cerezo.
Mirándola porque es la primera
Con los nuevos cantos del renacimiento.
Pequeña y tímida asoma de entre la aspereza,
entre las cortezas que el frío heló.
Pequeña y tímida, pero promesa,
chiquita y humilde va anunciando ilusión.

En verano, me nacen ojos de girasol,
y aún si la tierra es dura yo miro a la luz
porque esa es mi naturaleza.
Basar la vida en la esperanza y sonreírle
a cada amanecer.
Rígida y firme a mis raíces yo voy,
incluso agradeciendo la lluvia,
Mirando al sol para poder crecer.

Otoño es difícil porque me visita el contraste
llama a la puerta la muerte, recordando el instante.
La hoja cae cuando no te das cuenta
aunque antes se vista elegante.
Entonces me miro en las rosas,
entre las astillas que hieren la sangre,
entre la más hermosa de las oportunidades
entre la lucha de enfrentar
la caída sin el desastre.
Entender la belleza de mis espinas
es la más hiriente lucha constante.

Como las flores, van ya dos inviernos marchitados.
Me envuelvo con la melancolía seca de mis lamentos,
deseando escapar de un ciclo que me atrapa pero
que no elegí,
que no deseo.
Aprender a vivir con una herida nueva cada vez
porque ha jugado con mis pétalos hasta hacerlos romper,
porque han arrancado mis hojas hasta la asfixia.
Aprender a vivir sin ciertas personas
es aprender a vivir sin un pedazo de tu ser
pero, a fin de cuentas, es aprender.

En cada invierno que en el jardín crece la duda,
recuerdo a Neruda y me nacen respuestas:


 “podrán cortar todas las flores,
pero no podrán detener la primavera”.





Alexia Gómez. Con la tecnología de Blogger.
 
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