Es costumbre
en mi rutina del ser parcialmente impecable
-siempre rompiéndolo todo un poco-
el tropezar por esa cuerda floja infinita que me sostiene de caer en lo amoral mientras
a duras penas sobrevivo por la línea de lo brevemente despreciable.
Me preguntan si amo y parpadeo.
Unas veces un mundo; otras polvo,
pero cambiaría mi vida por un minuto más entre sus brazos.
Se burlan, y me la pela,
yo no tengo envidia de los que sostienen la mirada
porque no han conocido otra cosa,
ni de los que apodan libertad a la soledad
y esto último va por mí.
Me dejo una pequeña nota de amenaza,
como rompa su sonrisa, me mato, quedo avisada.