El epitafio que morirá mañana.

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Lo confieso, el limón de Miguel Hernández soy yo. 
Yo, ese cruce de miradas entre lo amargo y el dulzor, entre la impertinente educación y el nunca saber estar. La malicia tan ajena del descontento por puro capricho. La esperanza irremediable de una mano cálida que me encuentre los motivos. Soy, el cientoun golpe amarillo de la ignorancia más obvia, de las cien veces que callo lo que sé. La sangre que es torrente de rojo interno y no se presenta hasta que la herida es desgarro, que aguanta la mordedura de una punta.
Pero al levantar la cabeza y ver alguna que otra sonrisa, se me olvida qué rostro me envenenó en otras noches. Y durante una centésima de segundo, no hay tiempo para protocolos.

Yo, yo que nunca quise ser Julieta...


Alexia Gómez. Con la tecnología de Blogger.
 
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