Pero esta vez, sin pedirlo, caí. No sé cómo, no sé cuando. No sé en qué mirada, me desplomaste de lo intermitente.
Y ahora me sobran los caminos, no los quiero. He necesitado el derrumbe para quedarme quieta, tendida, contemplando todos los futuros posibles, y entender dónde está la verdadera meta. Así tú llenaste mis ojos de azul, tú me diste las alas. La libertad de olvidarme de la falsa balanza, y volar a tu lado. Cada vez más alto, cada vez más riesgo. Como si Ícaro al tocarte corriese al sol y se olvidase de la tierra. Y aunque sé que no hay arnés, no hay ningún seguro de corazón; confío, ciega de vértigo. Quizá eso sea lo más bello de todo. Confiar.
(Sé que no será lo más bonito que te hayan dicho ni te dirán pero, quiero que sepas que)
He guardado mi cuerda.