Cada vez más pequeña a cada paso; el corazón, cada vez más despacio. El alma, retazos. Y la culpa es del hambre.
Porque eso es lo que me pasa, hambre. Hambre de los sueños prometidos que resultaron huecos.
Pero ya he asumido su vacío. Me lanzan cantos de sirena, sumidos en la parte del abismo de los que viven sin conocer ni sufrir. Apenas con un dedo me aferro a mi trozo de vida.
Ella, fiera, dicta: "nadie puede salvarnos excepto nosotros".
Yo, impotente, entiendo: "no cabe ayuda en otras manos".
Dime si cuándo, si cómo, si dónde; si caí o si caeré. Dime si fui yo o lo que se desplomó fue mi realidad de cartón. Dime si el mundo ya estaba caído;
y no hay consuelo que baste para el dolor con el que cobijo a todos los corazones vivos.